Estaba yo pensando que estamos en el mes de mayo, mes internacional del
Síndrome de Ehlers Danlos (aunque oficialmente no está reconocido, ni hay un
día estipulado). Casualmente nací en mayo, un 23 de mayo, hace 49 años. Mi
madre tuvo un embarazo normal y en mi familia no había antecedentes (al menos
que sepamos) de ninguna enfermedad rara. Nací como cualquier otro bebé. Vine al
mundo una noche, me dieron unas palmaditas en el culete y rompí a llorar.
Llanto que me ha acompañado durante muchos días en mi vida. Aunque, como no,
también sonrisas. Mis padres tenían un niño de 6 años, y mi llegada fue todo un
acontecimiento. Su sueño: Tener la parejita, se había cumplido. Según me
cuentan mi hermanito al principio tenía miedo de tocarme para no hacerme daño;
pero en pocos días ya me tomaba en sus brazos.
Mis padres vivían y se desvivían por sus hijos y trabajaban duro para que
nada nos faltara.
Mi cunita estaba justo al lado de mi mamá en su dormitorio. Ella me
cuidaba, me amamantaba y velaba mi sueño por las noches. Fueron pasando los
días yo iba ganando peso, como es normal. Toda la familia era feliz. Una noche,
velando mi sueño, mi querida madre percibió ciertas muecas que nunca había
visto en mi hermanito. Pero pensó que no tenían importancia. Observaba con
detenimiento mis manitas, siempre cerradas y pensaba: “Que extraño, mi niña
nunca abre las manos”. Miraba mis pies doblados y mis extrañas posturas. Su
corazón le avisaba de que algo no iba bien. Lo comentó con algunos familiares,
pero todos le decían que eran imaginaciones suyas; que todo estaba bien.
Ella me cuenta que le llamaba mucho la atención, ya no sólo mi excesiva
flexibilidad, sino el hecho de que no abriera las manos. Ella me las abría con
delicadeza, las acariciaba; pero en cuanto las soltaba, se volvían a cerrar,
como puños.
Un día, tenía yo unos 6 meses, mi mamá no aguantó más con la incertidumbre
y dispuesta a terminar con su dudas, me llevó al hospital. Allí le
confirmaron lo que ella temía: Algo no iba bien.
Desde ese mismo instante y hasta el día de hoy mi vida ha sido un continuo
devenir de hospital en hospital, de médico en médico.
Algo no iba bien…. porque nací con Síndrome de Ehlers Danlos.
Mi infancia fue difícil por los continuos problemas de salud (de los cuales
sólo voy a citar alguno). Tuve que llevar aparatos en las manos para abrirlas y
zapatos ortopédicos para enderezar mis pies. Tuve que soportar burlas y hasta
golpes en la escuela, por parte de otros niños y niñas. También sufría
síncopes, desmayos, desde muy chiquita, que los médicos no lograban comprender,
y por más pruebas que me hicieron nunca supieron la causa. Múltiples moretones, heridas abiertas, mala
cicatrización...
Mi adolescencia fue algo mejor, porque yo ya tenía uso de razón, entendía
mi situación, y sabía cómo defenderme de quienes me atacaban por el mero hecho
de verme diferente, aunque ya no llevaba “aparatos”.
Mis dientes de leche se cayeron a pedazos, y mi nueva dentadura salió “enferma”
ya de caries. Me avergonzaba sonreír por mis dientes carcomidos. Recuerdo, a
modo de anécdota, que con 15 años, estando yo estudiando Bachillerato en el
Instituto, por fin me pusieron las fundas en los dientes. Tenía un amigo que
cuando me vio con las fundas me sonrió. Aquellos enormes ojos azules me miraban
con tanta chispa que no pude evitar llorar de la emoción. Él se acercó y me
dijo: “Estás muy guapa con tus nuevos dientes. No llores. Ahora es tiempo de
sonreír” Sólo tenía 15 años, y nunca he olvidado sus palabras. Mis años en el
Instituto y los de Universidad fueron los mejores de mi vida. Fueron como una
pausa en medio de tanto sufrimiento. Aunque duró poco. Estando en COU, el curso
previo a la universidad, comenzaron las migrañas y de nuevo los desvanecimientos.
Aún y así conseguí terminarlo con buena nota, aprobar la selectividad y
matricularme en la Facultad de Filología Hispánica. Pero no pudo ser. Dos años después, las
migrañas y los desvanecimientos eran día sí día también. Dolor, falta de
concentración, de memoria, cansancio extremo… Todo ello dio al traste con mi
sueño de ser filóloga. Entonces me tomé un año sabático, con fuerte medicación
para evitar mis problemas de salud, conseguí volver a sonreír. Iba a la
discoteca los domingos por la tarde, era la primera en saltar a la pista a
bailar, no me daba vergüenza, me sentía llena de vida cuando bailaba, todo se
me olvidaba. Sólo quería olvidar mi dolor y ser feliz por un ratito.
Después de ese año sabático, mi vida retomó su curso. Su temible curso. Fueron
pasando los años y viví muchas cosas difíciles de soportar. Pero yo salí de
todas, como una jabata, como una guerrera, como una invencible. Aún hoy no me
explico de donde he sacado las fuerzas a lo largo de mi vida para no hundirme
con tanto y tanto…
Lo peor que llevo de ésta “mi vida” es no haber podido ser madre. Aunque a
veces pienso, que quizás sea mejor así. El hecho de llevar en tu vientre, por
dos veces, esa celulita fruto del amor, y que las dos veces se trunque, es algo
que no he podido superar, y creo que no podré hacerlo nunca.
Estoy relatando alguna pincelada de mi vida con Síndrome de Ehlers Danlos.
Y tal y como me siento hoy, lo voy a dejar aquí, porque prefiero no dar
detalles. Aunque no lo parezca soy muy
celosa de mi intimidad, por eso apenas doy explicaciones de toda mi
sintomatología asociada al SED. Aunque eso no me impide luchar luchar y seguir
luchando por LA DIFUSIÓN Y EL VERDADERO
RECONOCIMIENTO DEL SÍNDROME DE EHLERS DANLOS
Si tú que estás leyendo esto o alguno de tus familiares o amigos padecen
Síndrome de Ehlers Danlos, recuerda y ten siempre presente, que a pesar de
todo, jamás bajo ningún concepto debemos dejarnos vencer. Jamás hemos de perder
la esperanza. Jamás hemos de dejar de luchar por nuestros sueños. Y sobre todo, por mucho que nuestro entorno no
comprenda o no quiera comprender nuestra realidad, nunca nunca nunca hemos de
dejar que nuestros derechos como persona sean pisoteados.
P.D: Esto no es una competición para ver quien está peor, o quien cuenta la
historia más dramática, o quien lleva una vida superfeliz aún padeciendo este
síndrome. Cada caso es un mundo: Existen 6 tipos de Síndrome de Ehlers Danlos
(para algunos especialistas son hasta 11) y dentro de cada tipo diferentes
grados. Esto es una dura realidad que rompe
y mucho la vida de muchas personas, entre ellas yo misma.
Sé que en esta vida hay historias muy duras; pero cada uno se siente la
suya. Cada historia de vida es importante. Cada segundo de dolor es importante.
Cada frustración es importante. Todas y cada una de las injusticias de esta
vida son importantes. Todas y cada una de nuestras historias son importantes,
sin excepción. Respetemos el dolor ajeno. Respeta mi dolor. Gracias.
Lo dicho: POR LA DIFUSIÓN Y EL VERDADERO RECONOCIMIENTO DEL SÍNDROME DE
EHLERS DANLOS. SIEMPRE.
Se conoce como Síndrome de Ehlers Danlos (SED), a un grupo heterogéneo de enfermedades de origen genético, del tejido conectivo, que consiste en una alteración del colágeno, que afecta a todo el organismo de la persona que lo padece, fundamentalmente a la piel, las articulaciones, los vasos sanguíneos y los órganos internos; provocando a su vez fragilidad capilar, fatiga y dolor crónicos. Dentro de este Síndrome, se han catalogado varios tipos, aunque una misma persona puede presentar sintomatología de varios de ellos. También se da el caso de que dentro de cada tipo existen diferentes grados, esto hace aún más complicada la enfermedad, su diagnóstico y su tratamiento. Así pues son muchos los síntomas que lo acompañan, y no afectan por igual a todas las personas que lo padecen. Además, en muchos de los casos, la persona afectada no tiene aspecto de ser una persona enferma. Dada la dificultad del diagnóstico es muy difícil saber cuál es la auténtica incidencia en la población. De todo ello podemos deducir que si el nombre en sí de este síndrome es difícil de pronunciar: “Síndrome de Ehlers Danlos”, más difícil es comprenderlo.
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